Poder Popular y Comunismo Libertario
Si aceptamos que durante el período 1936-1939, es decir, durante la guerra civil española, el movimiento anarquista revolucionario alcanzó a llevar a la práctica su proyecto ideológico –al menos, en gran parte- entonces debemos estudiar ese proceso con el objeto de extraer las lecciones que a nuestro tiempo le podrían ser de utilidad.
Hablamos de acontecimientos que sucedieron hace siete décadas, en un país que había sido imperio pero que, desde 1898, cuando pierde Cuba, Puerto Rico y Filipinas, entra en una etapa de retroceso social alentada por oligarquías terratenientes y por la Iglesia Católica. Curiosamente, las clases dominantes en la España de 1936 son las herederas de las clases dominantes que hicieron la conquista y colonización de la América hispana. Así, pues, los militares españoles –en su mayoría al servicio de esas clases dominantes-, hastiados de no tener imperio que permitiera matar en las colonias, decide matar en la propia España a partir de julio de 1936.
La guerra civil española fue una matanza premeditada llevada a cabo por los militares, los cardenales, los monárquicos y los falangistas. Para esa época nadie hablaba de “derechos humanos”. Además, la obsesión de las fuerzas capitalistas era la Unión Soviética –hoy, desaparecida-. En el Asia se jugaba a la carta de la dominación nipona y el fascismo estaba en auge en Europa.
El anarquismo español estaba vinculado a la cultura obrera. Tres meses antes del alzamiento fascista los anarquistas al interior de la CNT habían aprobado el proyecto de Comunismo Libertario. Hay que recordar que la CNT era una organización sindicalista revolucionaria, donde otras tendencias distintas a la anarquista convivían. Si bien la FAI había sido fundada en 1927, tampoco la FAI aglutinaba a todos los anarquistas españoles. Sin embargo, en general, las ideas anarquistas influían a nivel popular porque usaban los medios de masas –es decir, los sindicatos- que conformaron los gérmenes de un poder popular incipiente como los acontecimientos posteriores (al 19 de julio de 1936) confirmarían.
Según un responsable anarquista, en Cataluña, donde eran más fuertes, los anarquistas militantes no pasaban de treinta mil. Algunos autores dan cifras menores. Pero es en Cataluña donde los anarquistas han desarrollado la tesis de la guerrilla urbana ante la eventualidad del asalto militar fascista al poder. Los denominados “grupos de defensa” confederales serán los núcleos de esa guerrilla. ¿Quiénes los integraban? En su mayoría, obreros, anarquistas o no, dispuestos a practicar la lucha armada contra los explotadores y opresores. Serán los “grupos de defensa” los que derrotarán a los fascistas y militares alzados en Barcelona, capital de Cataluña, el 19 y 20 de julio de 1936.
La derrota del alzamiento fascista en Barcelona convierte a los anarquistas en dueños de la situación. Desechan la instauración de la “dictadura anarquista” –una contradicción en los términos, para algunos- y establecen una democracia popular. Por iniciativa popular se desata la autogestión. En algunas empresas, se da el “control obrero”; en otras, la incautación directamente. Es importante destacar que los jefes anarquistas se enfrentan a situaciones para las cuales no tienen recetas ni nada escrito en los dogmas de antaño. Como una vanguardia popular, los anarquistas pensaron en términos socialistas, democráticos y revolucionarios.
Las formas del poder popular que aparecen en la zona republicana son de diversa especie, siendo la mayoritaria, la de la Colectividad. En efecto, las colectividades españolas de 1936 son parte de la misma familia de expresiones de poder que no requieren del Estado para plasmarse.
Pero el Estado no podía suprimirse del todo por las necesidades mismas de la guerra. En efecto, al consolidarse la respuesta del pueblo trabajador que frena el alzamiento militar, la República deviene en la única entidad con legitimidad para ser obedecida. Desde el primer momento, la guerra española pasa a ser un problema internacional que las potencias europeas atenderán de acuerdo a sus intereses geopolíticos y económicos. Por eso es que los anarquistas se hacen ministros. Por eso es que las Colectividades deben ser regularizadas por el Estado. Como hay que ganar la guerra para proseguir con la revolución, “renunciamos a todo menos a la victoria”. Y, curiosamente, el nuevo Estado es el del Poder Popular, mientras se espera que, en el resto de Europa, el proletariado haga la revolución, lo mismo que pensaban los líderes bolcheviques de 1918. Pero la burguesía no lo permitió: hizo la guerra, la segunda guerra mundial para impedir la revolución.
“En aquel momento no veíamos más que la realidad de la situación que se nos creaba: los comunistas en el gobierno, nosotros fuera de él y muchas posibilidades y todas las realizaciones comprometidas” (Federica Montseny, en “La Guerra Civil española”, de Antony Beevor, Barcelona, 2006; p. 257). Estas palabras de Federica dan una fotografía de la situación. “En aquel momento” es la clave. Pero los anarquistas catalanes llegaron a más. Por ejemplo, el movimiento anarquista internacional nucleado en la AIT fue obligado –por los compañeros españoles- a modificar sus estatutos admitiendo la transición entre el capitalismo y el comunismo. A más: existió una red de inteligencia y contrainteligencia (una suerte de KGB) anarquista. ¿Quién la controlaba?
Los anarquistas no sólo deben ver la obra constructiva de la revolución española, sus múltiples expresiones de poder popular (el consejo de Aragón, compuesto solamente por anarquistas, detentaba el poder económico y militar, es decir, el poder) sino uno de los ensayos más avanzados, anteriores a la segunda guerra mundial, para hacer realidad, y de manera colectiva, los ideales del anarquismo.-
OCA