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18 mai 2012 5 18 /05 /mai /2012 20:06

[Las recientes movilizaciones en Moscú y otras ciudades con motivo de la toma de posesión de Putin, incluida una acampada de jóvenes indignados en un parque de la capital, atestiguan que el movimiento democrático contra el régimen autoritario sigue vivo. Desde que se inició a finales de diciembre del año pasado en protesta por el pucherazo de las elecciones parlamentarias, se ha ido manifestando una y otra vez a pesar de la represión policial. Este artículo, escrito inmediatamente después de aquellas primeras manifestaciones masivas, analiza las causas de la nueva situación creada en Rusia y sus perspectivas.]

 

“Cada generación necesita una nueva revolución” — Thomas Jefferson

“Lo más peligroso que hay es crear un sistema de revolución permanente” — Vladímir Putin

 

Las manifestaciones del 10 y 24 de diciembre de 2011 en Moscú, en las que participaron decenas de miles de personas, demuestran claramente que el periodo de pasividad social en Rusia tiene las horas contadas. La última vez que hubo manifestaciones tan masivas en Moscú fue en 1990-1991, en el punto culminante de la movilización democrática contra el dominio del Partido Comunista de la Unión Soviética (PCUS). A raíz de aquellas acciones masivas comenzó a descomponerse todo el sistema de partido único en la URSS. Quienes participaron en aquellos acontecimientos de hace 20 años perciben de nuevo la misma atmósfera.

 

La creciente ola de protestas ha acabado con el principal mito del putinismo, el pretendido “consenso” duradero entre el pueblo y las autoridades de Rusia. Lo que han revelado es que los protagonistas no fueron unos cuantos grupúsculos “marginales”, sino una amplia masa de personas corrientes que ya  no estaban dispuestas a sacrificar sus derechos civiles y políticos en aras a la “estabilidad” al estilo de Putin. Muchas de ellas se sorprendieron ante un despertar tan masivo al cabo de diez años de hibernación social. De hecho, era inevitable, ya que el margen de maniobra del régimen que tomó el poder en Rusia a comienzos del siglo xxi era bastante limitado desde el comienzo.

 

El “bonapartismo" de Putin

 

La consolidación del régimen autoritario de Putin fue una consecuencia lógica de los procesos políticos y socioeconómicos que tuvieron lugar en Rusia desde comienzos de la década de 1990. El colapso del Estado de partido único y la formación de Estados nacionales sobre los escombros del imperio soviético marcaron el triunfo de una revolución democrática burguesa, pero esa revolución no llevó a cabo plenamente la tarea de democratizar a fondo el sistema político y expropiar a la clase dirigente burocrática. El movimiento por la democracia se vio copado por fuerzas políticas que representaban a un sector “reformista” de la antigua burocracia y que limitó mucho la amplitud de los cambios: en vez de crear un sistema político totalmente nuevo mediante la convocatoria de una Asamblea Constituyente, se impuso una mezcla de viejas instituciones soviéticas con estructuras presidenciales autoritarias. En 1993, estas últimas ganaron la partida y esto condujo a la instalación de una república “hiperpresidencialista”.

 

Puesto que la base del antiguo régimen permaneció intacta y las nuevas autoridades nacieron de la colusión entre grupos dirigentes, los puestos clave de la élite política postsoviética cayeron en manos en miembros de la antigua nomenklatura. Por tanto, el periodo de 1992 a 1999 fue una especie de “termidor” de la tercera revolución rusa. [“Termidor” es el nombre del mes en que fueron aniquilados los jacobinos en la revolución francesa de 1794 y designa por extensión la victoria de las fuerzas políticas y sociales hostiles al avance de la revolución y que se proponen establecer su propio poder sobre la sociedad en interés de las nuevas élites.] Como demuestra la experiencia histórica de pasadas revoluciones, al termidor le sucede el bonapartismo: un sistema en el que la burocracia estatal, habitualmente supeditada a un dirigente supremo, consigue un alto grado de independencia con respecto a la sociedad, concentra todo el poder en sus manos y mientras sirve a los intereses sociales de las clases económicamente dominantes, las anula políticamente, al igual que a otros grupos sociales.

 

Una vez completado el proceso de privatización hacia finales de la década de 1990, la clase dominante quería un sistema estable que garantizara la continuidad de la nueva situación. Por tanto, ya no necesitaba los elementos liberales del régimen político que habían permitido a los grupos de élite expresar sus posiciones y competir en el proceso de reparto de las antiguas propiedades del Estado. Esta demanda de conservadurismo acendrado se materializó en la figura de Putin, árbitro supremo y guardián del nuevo orden. Así es como Putin se convirtió en el único centro de poder real, las elecciones a las instituciones de gobierno fueron eliminadas en la práctica, el sistema de partidos fue sustituido por un grupo de títeres supeditados al Kremlin, los medios se convirtieron en una máquina de propaganda, etc.

 

El grueso de altos funcionarios, ejecutivos y empresarios, así como los dóciles miembros del partido de Putin, Rusia Unida, aceptaron todo esto como precio a pagar a cambio de la “estabilidad”. Esta situación tenía mucho en común con otra que describió Karl Marx en su artículo sobre el bonapartismo francés en el siglo xix: “La burguesía […] confiesa que su propio interés le ordena esquivar el peligro de su Gobierno propio, que para poder imponer la tranquilidad en el país tiene que imponérsela ante todo a su parlamento burgués, que para mantener intacto su poder social tiene que quebrantar su poder político; que los individuos burgueses sólo pueden seguir explotando a otras clases y disfrutando apaciblemente de la propiedad, la familia, la religión y el orden bajo la condición de que su clase sea condenada con las otras clases a la misma nulidad política; que, para salvar la bolsa, hay que renunciar a la corona, y que la espada que había de protegerla tiene que pender al mismo tiempo sobre su propia cabeza como la espada de Damocles.” (El 18 brumario de Luis Bonaparte, 1852)

 

El estado de ánimo del pueblo

 

Si la mayoría de la clase dominante apoyó el establecimiento de un régimen bonapartista, el resto de la población rusa no pareció estar muy preocupada. A comienzos de la década de 2000 había menos de 10.000 personas dispuestas a manifestarse en defensa de la libertad de expresión en Moscú; fueron todavía menos las que salieron a la calle contra la segunda guerra de Chechenia. Muy pronto esas manifestaciones cesaron y la situación ni siquiera cambió a raíz de la “revuelta de los pensionistas”, cuando las prestaciones sociales en especie que recibían los jubilados e incapacitados laborales fueron sustituidas por magros pagos en efectivo. Esta apatía se explica sobre todo por el hecho de que el régimen de Putin se hizo con el poder en una época en que la economía atravesaba un periodo de bonanza. Claro que las autoridades lo atribuyeron a su buena política, pero en realidad el fenómeno era fruto de factores objetivos. En primer lugar, acababa de completarse el reajuste de la economía rusa, poniendo fin a la grave recesión de 1992-1999. En segundo lugar, el precio de los productos derivados del petróleo, que representan la principal exportación rusa, comenzó a subir. Finalmente, la crisis financiera de 1998 dio lugar a un fuerte incremento del precio de los productos importados, lo que dio lugar a una mayor demanda de productos rusos, más baratos, en el mercado interior.

 

Al término de la década de 1990 —cuando se acabaron las crisis, los déficits presupuestarios, la inflación galopante y los retrasos en el pago de salarios y pensiones—, la población respiró con alivio. La mejora de la situación socioeconómica parecía llevar a las masas a aceptar momentáneamente la merma de sus derechos políticos y civiles. Sin embargo, a todo periodo de reacción le siguen revueltas sociales y políticas. Cuanto menos obsesionadas están las personas con los problemas de la supervivencia cotidiana, tanto más amplían sus horizontes y tanto más están dispuestas a emprender un activismo consciente. Además, el aumento de la riqueza general plantea la cuestión de su reparto: ¿quién sale más beneficiado con la estabilidad económica? Como demuestra la historia de los movimientos populares —desde las revueltas en Rusia a comienzos del siglo xx hasta la reciente primavera árabe—, tras la fachada de bienestar de los regímenes autoritarios puede acumularse el potencial de una protesta explosiva.

 

Putin se equivocó cuando pensaba que el precio creciente del petróleo le permitiría comprar la aquiescencia de la población. A pesar de que dicho precio era, al estallar la crisis económica de 2008, dos veces mayor que en 2000, a partir de entonces, según los sondeos de opinión, el régimen fue perdiendo terreno. El motivo no solo era el estancamiento de los salarios reales, sino sobre todo el sentido de injusticia que emanaba de un sistema en que una minoría se queda con todos los beneficios, mientras la gran mayoría no recibe más que migajas. En efecto, desde la instauración del régimen putiniano, las desigualdades sociales en Rusia no han dejado de agravarse. Los 14 hombres más ricos del país acaparan el 26% del producto nacional bruto. Oculto tras la cobertura masiva dada por los medios de comunicación a la “lucha contra los oligarcas” que se habían enriquecido en la década de 1990, el clan de hombres de negocios cercanos a Putin y los silovikí (miembros de las fuerzas armadas y los servicios secretos) se adueñaron de ingentes recursos materiales. Al mismo tiempo, el diferencial de renta entre los más ricos y los más pobres aumentó a una proporción de 17 a 1. La pobreza relativa de la mayoría de la población rusa se incrementó a pesar de cierta mejora de la renta que hubo en los primeros cinco años de la década de 2000.

 

El “refuerzo del Estado” practicado por Putin, sin ningún control desde abajo, permitió a la burocracia llenarse los bolsillos y los de sus amigos del mundo empresarial. Esto ocurría en todos los niveles del aparato de Estado, desde el presidente hasta los ayuntamientos. ¿Cuál es el riesgo cuando el destino de un funcionario no depende de sus votantes, sino de su sumisión a la jerarquía, o peor aún, cuando es imposible criticar a estas autoridades en los medios, que están sometidos a esa misma burocracia? El resultado lógico fue una verdadera explosión de la corrupción: de acuerdo con Transparency International, Rusia cayó del puesto 82 al 143 de la lista, alcanzando un nivel de corrupción similar al de Nigeria y Uganda. Por tanto, nada más lógico que el partido dirigente se conozca por el apodo de “el partido de los sinvergüenzas y ladrones”.

 

Sin embargo, una sociedad industrial madura con tecnologías desarrolladas (particularmente en materia de información y comunicación) y un alto grado de urbanización y educación popular es naturalmente incompatible con un régimen autoritario o totalitario. La figura emblemática de esta sociedad es el obrero cualificado cuya actividad cotidiana requiere cierto grado de autonomía y capacidad analítica y a quien no se puede denegar el acceso a la información ni aislar de otras personas. Esta persona aspira naturalmente a ser libre en la vida privada y pública, y no solo eso, sino que también quiere participar en la vida política. Esta es la razón por la que se hundieron los regímenes llamados comunistas, del mismo modo que las dictaduras de Bielorrusia y (a la larga) de China están condenadas al fracaso. Y esta es la razón por la que el putinismo en Rusia no puede ser más que un fenómeno pasajero, aunque la coyuntura económica fuera más favorable que ahora.

 

Según un sondeo, el 75% de los participantes en la gran manifestación del pasado 24 de diciembre eran trabajadores asalariados ocupados en puestos no directivos. Dos tercios tenían una renta baja y media-baja, mientras que su nivel educativo era bastante alto, pues el 83% habían cursado enseñanza secundaria o eran licenciados. Así, una de las principales fuerzas en la lucha por la democracia es este proletariado del siglo xxi: cualificado, formado, pero privado de una digna participación en la riqueza pública. Esta misma capa social es la que impulsa los movimientos sociales en Europa. En cuanto a las opiniones políticas, numerosos manifestantes (un 38%) se autocalificaron de demócratas, un 31% simpatizaban con los liberales. En términos generales, los líderes son un reflejo del movimiento: son demócratas en sentido amplio que carecen de un programa social claro o se inclinan por posiciones liberales.

 

Digan lo que digan los propagandistas oficiales, una “involución comunista” no representa una amenaza real en Rusia tras la caída del bonapartismo. No es por casualidad que el Partido Comunista se haya distanciado de las protestas masivas, tachándolas de “plaga naranja” (por alusión a la revuelta ucraniana): el Partido ha sido siempre un apéndice del régimen de Putin, cuya caída lo debilitaría, en lugar de reforzarlo.

 

La crisis de los de arriba

 

Los acontecimientos de diciembre de 2011 demuestran que el putinismo está llegando a su fin. Aparece un síntoma clásico de una situación prerrevolucionaria: “Los de abajo no quieren seguir viviendo como antes.” Y ¿qué decir de la crisis en las altas esferas? Al apoyar la instauración del régimen bonapartista de Putin, la burguesía rusa, es decir, los banqueros y propietarios de grandes empresas, ha sacado mucho provecho, particularmente por el hecho de que la Duma Estatal (el parlamento federal ruso), controlada por el Presidente y convertida en un organismo de puro trámite, promulgara nuevas leyes favorables en materia de impuestos, relaciones laborales, propiedad inmobiliaria, etc.

 

Sin embargo, con el paso del tiempo el mundo empresarial ruso empezó a preocuparse por la “espada de Damocles” que pendía sobre sus cabezas, como en el caso de Mijaíl Jodorkovski, pues podía caer sobre cualquier hombre de negocios que perdiera el favor de la burocracia central o local. Además, los silovikí habían transferido con celo excesivo numerosos recursos al grupo militar-industrial, provocando la animosidad de los jefes de las industrias civiles, sobre todo del sector energético. La política exterior de Putin-Medvédev no se correspondía con los intereses de los accionistas de Gazprom, por ejemplo, que tuvieron que pagar la factura del creciente gasto militar y de acciones encaminadas a restaurar el carácter de “gran potencia” de Rusia, como las intervenciones militares en Georgia.

 

Los síntomas de la división en el interior de la clase dominante tenían que manifestarse en las altas esferas gubernamentales, como ocurrió en noviembre de 2011, cuando el ministro de Hacienda, Kudrin, se opuso al presupuesto antisocial para 2012-2014. El hecho de que Kudrin, el “primer liberal del sistema”, no se mostrara indiferente a las necesidades de la sanidad y la educación públicas, una vez más sacrificadas en aras al gasto militar, refleja la indignación de parte de la comunidad empresarial ante la preponderancia económica del complejo militar-industrial. No obstante, el principal síntoma de crisis del modelo administrativo existente fue la incapacidad de la burocracia de Putin de llevar a cabo con éxito el fraude electoral en las elecciones parlamentarias. Los mecanismos que funcionaron en 2007 y 2008 fallaron esta vez.

 

Ante este fracaso del régimen, algunos elementos del teatro de marionetas político, que hasta hacía poco habían interpretado el papel de oposición domesticada, sacaron pecho  y comenzaron a moverse. Los intentos de algunos representantes de “Rusia Justa” de actuar por su cuenta revelan la decadencia del sistema de Putin. Finalmente, el propio Medvédev, el alter ego del “líder nacional”, declaró que “el viejo modelo político está obsoleto” y prometió algunas reformas superficiales. Pero la concesión que reclama la sociedad rusa del régimen bonapartista —elecciones libres y limpias— es incompatible con la existencia misma del régimen. La camarilla que rodea al “líder nacional” y ha concentrado todo el poder en sus manos lo sabe muy bien y sabe que esta vía de reforma le está vedada. De este modo, “los de arriba ya no pueden gobernar como antes”, una situación que según Tocqueville y Lenin precede a la revolución.

 

¿De la crisis a la revolución?

 

Sin embargo, una situación prerrevolucionaria todavía no es la revolución. El éxito de la revolución depende sobre todo de la elección de las formas de lucha. Las manifestaciones masivas son buenas para mostrar y consolidar fuerzas, pero por sí mismas no bastan para hacer capitular a las autoridades. Como demuestra la experiencia histórica, el método más eficaz es la huelga política, que implica que los que protestan no solo son capaces de hablar, sino también de actuar, de condicionar el funcionamiento de los organismos estatales y, si es preciso, paralizarlos. Ninguna revolución democrática de los siglos xx y xxi ha triunfado sin huelgas políticas. Sin embargo, durante los recientes acontecimientos en Rusia, esta palabra crucial, “huelga”, todavía no se ha pronunciado, no se ha convertido en consigna. No cabe duda de que los impulsores de esas acciones temían que las masas no apoyaran un llamamiento tan radical; la falta de experiencias de huelga y la extrema debilidad del movimiento sindical independiente son factores que también influyen.

 

La tarea objetiva de la revolución democrática en Rusia consiste en liberar la sociedad civil del yugo autoritario y burocrático, creando un espacio político en que todas las fuerzas sociales puedan expresar sus intereses. A la larga, esto permitirá llenar el vacío existente en el ala izquierda del espectro político ruso. La ausencia de un movimiento de izquierda organizado (aparte de pequeños grupos trotskistas y anarquistas) no puede proseguir durante mucho tiempo, y tanto los estalinistas como los falsos socialdemócratas de “Rusia Justa” que se pretenden de izquierda no cubren el expediente. Actualmente el 17% de los manifestantes ya se identifican con la izquierda “no comunista”, y su posición carece de representación política. Sin embargo, pronto o tarde comenzará la consolidación de las fuerzas democráticas de izquierda antitotalitarias, internacionalistas y defensoras de los derechos humanos y los derechos de los trabajadores. Aunque esto moleste al prudente líder del Partido Comunista, Zhugánov, Rusia no ha “agotado su reserva de revoluciones”. La historia no conoce límites de esa reserva: por ejemplo, en Francia hicieron falta cuatro revoluciones en 80 años para establecer un sistema democrático. Aunque exista una situación prerrevolucionaria en Rusia, la victoria de la revolución democrática en un futuro próximo no está asegurada. La agonía del régimen bonapartista podrá durar algún tiempo, pero la revolución está madurando, y pronto o tarde estallará.-

Alex Gusev

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Miguel Bakunin

 

 

Carl Sagan

Así, a medida que la ciencia avanza, Dios parece tener cada vez menos que hacer. Es un gran universo, desde luego, por lo que Él, Ella o Ello, podría estar ocupado provechosamente en muchos sitios. Pero lo que evidentemente ha ocurrido es que ante nuestros propios ojos ha ido apareciendo un Dios de los vacíos; es decir, lo que no somos capaces de explicar, se lo atribuimos a Dios. Después, pasado un tiempo, lo explicamos, y entonces deja de pertenecer al reino de Dios. Los teólogos lo dejan de lado y pasa a la lista de competencias de la ciencia.

 

Carl Sagan: “La diversidad de la ciencia” [2007]



 

Stepehen Hawking

"La estirpe humana no es más que un sustrato químico en un planeta pequeño, orbitando alrededor de una estrella mediana, en los suburbios de una galaxia del centenar de miles de millones que existen"

 

Carlos Marx

“Durante el curso de su desarrollo, las fuerzas productivas de la sociedad entran en contradicción con las relaciones de producción existentes, o, lo cual no es más que su expresión jurídica, con las relaciones de propiedad en cuyo interior se habían movido hasta entonces. De formas de desarrollo de las fuerzas productivas que eran, estas relaciones se convierten en trabas de esas fuerzas. Entonces se abre una era de revolución social” (1859)

 

 

Albert Einstein

Si una idea no parece absurda

de entrada,

pocas esperanzas

hay para ella.-

 

Groucho Marx

"El secreto de

la vida es

la honestidad y

el juego

limpio, si puedes

simular eso,

lo has conseguido."  

  

MARX, Groucho (1890-1977) 
Actor estadounidense