La igualdad es el tema cotidiano, el fantasma que recorre el mundo en los actuales momentos pletóricos de crisis sistémica por los cuatro costados.
Los enfoques sobre la igualdad van desde el maximalismo hasta lo imposible, hay quienes estiman que esto último es lo más probable: la igualdad es, en definitiva, la utopía.
Los motores de la igualdad, empero, hacen que las sociedades evolucionen desde los tiempos bárbaros de las cavernas hasta nuestros tiempos de hoy. Que evolucionen y que revolucionen.
Porque las desigualdades han reinado por los cuatro puntos cardinales. Pero fue un logro, por ejemplo, que la soberanía haya sido derrocada de las cabezas coronadas de reinas y reyes y fuera depositada en los tugurios de los barrios bajos. La democracia, ya de por sí, esbozó la igualdad política sin conseguirla, naturalmente del todo.
Porque la democracia es como el carnaval, cada democracia es distinta pero se celebra en todas partes. En las carnestolendas todos somos iguales, aunque algunos sigan siendo más iguales que otros.
Las democracias contemporáneas adolecen de los vicios de las antiguas. La representación del soberano debe minimizarse buscando que el soberano se represente él mismo. Cada día que pasa los representantes del pueblo sólo se representan a sí mismos, y urge, por tanto, una democracia que sea fiel a su etimología.
Aunque las etimologías tienen mala prensa todavía, por ejemplo, hay anarquistas que creen en las bondades del capitalismo popular e impúdicamente son algo peor que agentes mercenarios. Se trata de un contrasentido, desde luego, pero a la hora de las confusiones hay quien sostiene que hasta Adam Smith era “anarco”, pero a su manera desde luego.
La igualdad trae el comunismo en su vientre. Y el comunismo tiene una vertiente moral y ética decisiva: darle a la sociedad todo lo que podamos porque de la sociedad recibiremos nuestro bienestar y el de nuestros seres queridos: “de cada quien según su capacidad y a cada quien según sus necesidades”.
Los anti-igualitaristas dicen que eso es una quimera y que estamos años luz respecto de la naturaleza humana tal como es. Con la crisis sistémica la igualdad asusta hasta al mismísimo señor Warren Edward Buffett (el hombre más rico del mundo, de 81 años de edad, según Forbes) que ha sostenido, con bastante seriedad, que sí cree en la lucha de clases, porque él la está ganando. Así de simple.-