1.- ¿Anarquistas o Liberales?
Contra todos los gobiernos –es decir, contra el Estado- el liberalismo erigió su voz desde los tiempos de la Revolución Francesa de 1789. Le faltó, empero, lo que algunos liberales entrevieron, es decir, que el poder de los monopolios privados capitalistas eran tanto o más perniciosos que los monopolios del poder político centralizado. Estos últimos liberales fueron el germen del anarquismo que, dentro del socialismo, formó una corriente aparte.
Con la Revolución Bolchevique de 1917 se erigió el Estado en el centro de las decisiones del socialismo, con lo cual se copiaba el verticalismo característico del capitalismo. Los anarquistas se opusieron aduciendo que la revolución social debe suprimir el Estado dejando a las asociaciones de soviets el verdadero poder. Fueron los anarquistas los que intuyeron el “poder popular desde abajo” como la forma democrática tras el hecho de la revolución social.
Pero no estaba el sistema-mundo para hacerle caso a los anarquistas y una revolución con ese cariz no hubiera sobrevivido más allá de seis meses, como en efecto se demostró al estallar la revolución española de 1936 (el “corto verano de la anarquía” duró lo que un dulce en una escuela de párvulos, menos de tres meses, ya que a finales de ese mismo año los anarquistas nombraban ministros en el gobierno de la Generalitat catalana y el gobierno de la República española).
¿Estaban equivocados los anarquistas? No, estaban solos, que a veces es peor. No había un movimiento internacional capaz de apoyarlos y el internacionalismo proletario era simplemente una quimera desde los tiempos de la Comuna de París.
En los países paneuropeos, el anarquismo se instaló en el seno de la “vieja izquierda”, mientras que en los de la periferia y semiperiferia lo hizo en los variopintos “movimientos de liberación nacional” tal y como sucedió con los anarquistas uruguayos. En los primeros, siguió polemizando con la socialdemocracia y con los bolcheviques y aireando el basurero de la historia con ventiladores liberales; mientras que en los segundos, conformó el sector más radical llegando a comparar al Che Guevara con Bakunin, especialmente desde que el primero criticó a los soviéticos.
2.- El anarquismo de Mayo del 68 o el postanarquismo
Los ácratas del 68 ya serán otra cosa. Entre 1968 y 1989 los movimientos antisistémicos combaten tanto al capitalismo y sus guerras como a la “vieja izquierda”. Los ácratas del 68 se presentan en el congreso anarquista internacional de Carrara (agosto del 68) y arman la de sanquintín; Cohn-Bendit acusa a los viejos anarquistas de momias sagradas e insultan a Domingo Rojas, delegado de los viejos anarquistas cubanos del exilio de Miami, de ser “agente de la CIA”. Tres años más tarde, en el congreso internacional anarquista de París, de 1971, Federica Montseny, encarnación del “viejo anarquismo” acusará al sector reformista del anarquismo ibérico y a los viejos anarquistas cubanos de ser “agentes de la CIA”.
Cuba siguió siendo prenda intocable de los ácratas del 68, especialmente porque estaba sometida al criminal bloqueo de los Estados Unidos, luego de la crisis de los cohetes de 1962.
Pero el postanarquismo sesentayochesco devino en movimientos antisistémicos como “los Verdes” y en los comités de apoyo a las luchas de liberación nacional de la resistencia de los pueblos de la periferia, con distintas connotaciones. En definitiva, el postanarquismo devino en ecologismo.
Hasta la implosión soviética de 1989, mediante la cual la “vieja izquierda” perdió toda referencia histórica y el neoliberalismo se extendió por doquier. Y es así como en las dos últimas décadas del siglo pasado surge la corriente anarcocapitalista donde los anarcoliberales abandonan completamente toda referencia al socialismo y comunismo libertarios y pasan a ser la izquierda neoliberal por excelencia.
3.- El anarquismo de los mercados es antiestatal
El discurso neoliberal duraría hasta el 2008, más o menos, cuando comenzó la crisis sistémica que se ha prolongado hasta hoy.
La “dictadura de los mercados” ha demostrado que no puede vivir sin echar mano de las finanzas públicas, es decir, del Estado, y que el sistema funciona gracias al traspaso de los dineros públicos a los banqueros cuando a estos los negocios no le funcionan. El anarcoliberalismo es un fraude, sin los Estados estaríamos peor, no sólo en los países paneuropeos –que la están pasando mal- sino también en la semiperiferia y periferia, donde el Estado sirve aunque sea para atenuar la crisis sistémica aunque, a la larga, será desbordado con toda seguridad por los acontecimientos incontrolables del “anarquismo de los mercados”.
La tentación por el retorno a la “vieja izquierda”, sin referencias, es hoy evidente.
4.- El pasado es más fácil de cambiar que el futuro
Pareciera que la historia no es una consejera equilibrada. Derrotado en la Comuna de París, en la Ucrania soviética y en Cataluña, el anarquismo influye sin embargo en los nuevos movimientos antisistémicos de diversas maneras, la mayor parte de las veces sin que las ideas-fuerzas que le fueron características lleven su marca de fábrica.
Es parte del sincretismo que enarbolan los movimientos antisistémicos tanto en el centro como en la periferia. Como esponjas, absorben ideas de origen diverso, y quizá ese anarquismo sincrético sea, en definitiva, lo que veremos en los próximos años en América Latina.
Un anarquismo, pues, que sigue apostando por reconstruir la sociedad desde abajo, horizontalmente, creando poder popular democrático, usando una pedagogía de la liberación y las anticuadas tácticas fácilmente echadas al olvido. Pero sin apostar, al menos en los comienzos, por la ruptura con otros sectores de la izquierda que, desde arriba, pretenden ayudar a los de abajo a construir ese conjunto de relaciones civilizatorias y culturales de nuevo cuño, al margen de la lógica del capitalismo y de los mercados.
Quizá la historia cambie esta próxima vez, y de lo contrario, al menos se habrá acumulado fuerzas para prescindir de la “vieja izquierda”.-