El paradigma del dominio realmente existente nos dice que hay un Imperio hegemónico global que hace uso de organismos multilaterales, de la ONU, de la OTAN, y que se fundamenta en el Mercado Global, entendiéndose él mismo como el lugar del escenario de la disputa entre la oferta y la demanda pero que no es ni por asomo producto de una mano invisible. El Imperio es, pues, el Mercado y muchas cosas añadidas, dependiendo de las circunstancias, de tal forma que tenemos un Leviatán que, a la vez, lleva en su seno un sinfín de contradicciones sin resolver.
Una de ellas es que las guerras por los mercados ya no pueden disputarse entre las grandes potencias mediante las formas clásicas de la guerra; ahora otro tipo de guerras aparecen, la de las divisas, por ejemplo. Otra, que las inconmensurables inversiones en ciencia y tecnología de aplicación militar es una guerra por la supremacía, como enseñándose los colmillos entre ellas. Sólo las guerras convencionales se aplican a aquellos países que por las circunstancias que sean no disponen de tecnología nuclear ni son capaces, por consiguiente, de poseer armas atómicas o termonucleares, como Libia, por ejemplo, o Irak o Afganistán, donde el Imperio se luce matando pueblos inocentes.
Así, los movimientos antisistémicos hoy sólo pueden ser aquellos que atacan al Imperio hegemónico global y que causan conmoción en sus estructuras de sostenimiento. Muchos de esos movimientos son hoy, sin embargo, bastante débiles aunque su insistencia en abrir caminos nuevos para la abolición del dominio realmente existente sigue siendo parte de la historia de la lucha de clases.
Las conmociones sociales nunca han sido producidas por cenáculos de cófrades aislados del mundo real. La realidad, queramos o no, existe. Y sólo cuando esas minorías logran enlazar con el ánimo de la realidad social es que se producen los fenómenos de transformación que producen grietas en la estructura sistémica.
La preocupación de todos los convencidos de la necesidad de la utopía, aquí y ahora, no puede ser otra que articularse con la realidad social. Asumir que se tiene la verdad y que son los otros los equivocados, siempre es el primer paso para el ocaso.-
