EL ECO DE LOS PASOS sostiene el apoyo crítico a la Revolución Venezolana desde el punto de vista del Comunismo Anarquista.- Colaboraciones a: cntfai@cantv.net
Mejor nos iría como colonia
Mientras que los socialistas libertarios de todas las tendencias –unas más radicales que otras- emprenden esa tarea cotidiana de pedagogía ácrata que consiste en concientizar a los individuos –mujeres y hombres- sobre que su autonomía es impensable sin la autonomía de los otros –la autonomía de los iguales-, en esa misma medida los anarcoliberales, que en varias ocasiones han saltado el charco para enarbolar banderas fascistas, insisten en interpretar la democracia como la relación del sujeto con el Estado, y a éste como una entidad superflua inventada por el “castrocomunismo” cubano con el plan maquiavélico de dejarnos a todos cual balseros en Tierra Firme.
Los anarcoliberales al uso son, empero, ya lo he dicho en otras oportunidades, adecos rezagados, es decir, adecos convertidos ¡luego que AD desaparece del mapa venezolano! El ícono de los anarcoliberales no es Mijail Bakunin, no qué va; su ícono es nada menos y nada más que Rómulo Betancourt, que dios tenga en su gloria.
No es casualidad que los anarcoliberales hayan devenido en teodoristas furibundos; que, desesperados ante el fracaso de una década de pensarse un país con una franquicia importada, terminen en los brazos de aventureros profesionales; década perdida para el anarquismo en estas tierras tropicales por quererse imponer una determinada orientación personalista a lo que fue primigeniamente proyecto colectivo.
La simbiosis entre anarcoliberalismo, adequismo, teodorismo y libertarianismo utópico sólo puede explicarse por los veneros de la historia venezolana. Aquí se encontrarán los ancestros de esa clase social que hoy, sintiéndose postmodernista, quiere, como si fuéramos pendejos, traficar con el antiestatismo y contrabandearlo como anarquismo, cuando éste no es otra cosa que el comunismo de los sujetos iguales y libres. Y, para el comunismo es menester superar la escasez, estar en el reino de la abundancia. Y no lo estamos.
Los anarcoliberales tienen el nivel intelectual de Marta Colomina. Por eso hay que buscar en la variopinta fauna intelectual venezolana al exponente más lúcido del anarcoliberalismo –adeco y teodorista- furibundamente antichavista: se llama Manuel Caballero que, coincidencialmente, es vecino de página en el mismo periódico donde publica sus disociaciones psicóticas la señora Colomina.
Como siempre he sido un fanático de la Historia –porque aquellos aguaceros trajeron estos lodos- Manuel Caballero ha estado entre mis autores favoritos, junto al viejo Domingo Alberto Rangel, cuya forma de ver nuestra historia me subyuga más porque es literatura antes que historia. No cabe la menor duda, el estilo literario de Domingo Alberto Rangel es el mejor de Venezuela en todo el siglo XX: supera incluso al de Rómulo Gallegos.
No en balde Domingo Albero Rangel fue el líder de esa eclosión juvenil de 1960 que dio vida al Movimiento de Izquierda Revolucionaria (MIR), mientras que Caballero siguió en el PCV del cual es tránsfuga y cumple con todos los requisitos de los renegados del comunismo criollo. [Para una historia del período glorioso del MIR, véase de Agustín Blanco Muñoz, “La Izquierda Revolucionaria insurge”, UCV, 1981].
Estos fundaron el MAS, en 1971, y requerían reinterpretar la historia venezolana sobre la base de su alejamiento de la ortodoxia estaliniana que, a decir verdad, era la que había insuflado al marxismo venezolano desde los años treintas. En efecto, la Tercera Internacional estalinista –que no leninista- fue la partera de casi todos los Partidos comunistas del Caribe, y, a tal efecto, entre sus agentes estuvo Enrique Flores Magón. Éste fundó el Partido comunista cubano, que se sepa. Mas alguna relación debió de existir entre un agente mexicano de la Comintern y unos exilados venezolanos en tierras aztecas que darían vida al Partido Revolucionario venezolano, PRV, en 1927. De éste, y en tierras venezolanas, saldría la inspiración para fundar el PCV, en 1931.
Entre los fundadores del PCV descollan Rodolfo Quintero y Juan Bautista Fuenmayor. El primero, antropólogo, estuvo bajo la influencia del anarcosindicalismo hasta bien entrada la década de los cuarentas –incluso fue expulsado en cierta oportunidad por “desviaciones anarquistas”- porque su militancia original fue el incipiente sindicalismo de entonces. El otro líder sindical venezolano de los años treintas y cuarentas, éste sí que fue plenamente anarcosindicalista, fue Francisco Olivo, que llegó a ser Presidente de la CTV por los años sesentas. La corriente olivista en el sindicalismo venezolano tuvo grandes figuras como Salom Mesa –más dado a la acción directa- y el “negro” Juan Herrera, zar del sindicato de la construcción hasta su muerte. De este sindicato salían los famosos “cabilleros” adecos de cuya eficacia en las luchas sindicales soy testigo cuando encabecé, en 1968, un intento descabellado de un grupo irregular por adueñarse del sindicato de teléfonos de Caracas.
Desde 1939 llegaban a Venezuela desterrados españoles buscando refugio tras la tragedia de la guerra civil. Algunos arribaron directamente desde Francia; otros, desde Santo Domingo, donde la dictadura de Chapita, aunque necesitada de mano de obra hispana, segregaba a los muy “enrojecidos”. Ante la eventualidad de que Franco terminara solicitándole a Chapita su extradición muchos republicanos huyeron a las costas venezolanas.
Entre 1939 y el final de la Segunda Guerra Mundial, los republicanos españoles de tendencia anarquista establecieron vínculos con sus afines venezolanos. En un nutrido archivo particular pude constatar –hace años- que ya existía un núcleo anarcosindical vertebrado en Caracas antes de la rendición alemana. En ese núcleo se realizaron debates y se tomaron decisiones. Los más exaltados, como Salom Mesa, pedían salir a divulgar el “comunismo libertario” entre los obreros pero otros menos maximalistas, como Francisco Olivo, aducían que en cuanto se identificaran como anarquistas el pueblo venezolano no los entendería; aparte de estar vigente el inciso constitucional que prohibía propagar “ideas extranjeras” como el comunismo y el anarquismo (Constitución de López Contreras).
Pero había algo más. Como sucedería, en 1947, en Bolivia, el núcleo anarcosindical caraqueño debatió profundamente el “gran error” cometido por el anarquismo español, al entrar a colaborar con la burguesía republicana catalana –realmente fue así; la posterior colaboración en el gabinete de Largo Caballero fue efecto y no causa del ingreso de los anarquistas catalanes en la Generalitat, porque el anarquismo español fue, desde siempre, catalán-. Voces hispanas aconsejaron a los más influyentes ácratas primigenios venezolanos incorporarse a Acción Democrática que, desde 1941, ya era un partido legal, y aportar a esa bloque policlasista la influencia que tenían en el seno del sindicalismo donde enfrentaban a los comunistas. ¿Voces ácratas o voces masónicas? Tengo mis dudas al respecto.
Así fue como los anarcosindicalistas de alpargatas se incorporaron al partido de Rómulo Betancourt, y éste les decía: “chico, pero si en AD también caben los anarquistas”.
El otro de los fundadores del PCV, Juan Bautista Fuenmayor, ha sido quizá la figura más interesante del estalinismo venezolano. Siempre fue la mente más lúcida del marxismo-leninismo tropical, no cabe duda. Es autor de una voluminosa “Historia de Venezuela” de más de veinte tomos, con el agravante de que está dedicada a los hechos que él vivió y en muchos de los cuales fue protagonista. Llegó a ser rector de una universidad privada caraqueña y nunca dejó de ser fiel a sus ideas. Fuenmayor, como jefe del PCV, anima la histórica huelga petrolera de 1936, donde una de las grandes conquistas proletarias consistió en obligar a las empresas petroleras a dotar a sus obreros ¡de un vaso de agua para saciar la sed!
Es Juan Bautista Fuenmayor uno de los primeros en denunciar que Rómulo Betancourt ya es empleado, para 1945, de los intereses de los Estados Unidos en Venezuela. Y, lo más curioso, en 1950, cuando estalla la segunda huelga de los trabajadores petroleros en todo nuestro siglo XX, siendo uno de los máximos jefes del PCV se opone a que éste participe en la misma aduciendo que la huelga forma parte de una estrategia del capital yanqui en su lid con el capital británico por el control de los pozos petroleros venezolanos.
La auténtica historia de Venezuela está por hacerse. Los estudiosos debemos acudir a muchísimas fuentes porque es la historia el lugar donde la lucha de clases se libra con los cañones más potentes y con los misiles más certeros.
Por eso Caballero está considerado por el escualidismo venezolano de hogaño como el historiador por excelencia. Una campaña mediática lo ha consagrado como tal. Sin embargo, Caballero tiene poca obra profunda y mucha ocasional. Quizá su mayor obra sea su tesis sobre la Internacional Comunista en América Latina donde tampoco es de fiar. Y, tampoco es casualidad que su editor actual sea el vástago de uno de los últimos secretarios de la FIJL española que, dicho sea de paso, acumuló capital jugando a la Bolsa en Brasil, negocio en el cual unos “compañeros” perdieron y él sólo ganó.
Muchas son las perlas que se pueden mostrar que el hispanista in pectore que es Caballero no hace sino repetir los lugares comunes de Uslar Pietri, el gran pensador venezolano de la Derecha, y de toda la historiografía venezolana, Morón incluido.
Los hispanistas son, en América Latina, como aquellos mantuanos que se hicieron patriotas en contra de su voluntad y, especialmente, en el caso venezolano, para frenar las mesnadas de Boves. Éste fue un asturiano que organizó al pueblo llano contra los mantuanos y por la defensa de los derechos de Fernando VII. Las gentes del pueblo aducían que el Rey los protegía de los excesos explotadores de los mantuanos. Hasta que, entre estos, Bolívar, entendió que sin el pueblo la independencia no llegaría a ningún lado; fue entonces que Bolívar prometió la abolición de la esclavitud y el reparto de tierras. Desde ese momento España perdería la guerra en sus colonias americanas, pero comenzaría el vía crucis de los mantuanos. Hasta el sol de hoy.
En toda la obra de Caballero el imperio brilla por su ausencia, lo cual ya es una evidencia de su fragilidad. Es decir, pareciera que el drama latinoamericano, y especialmente el venezolano, se escenificara dentro de una burbuja aislada del resto del mundo, y, sin embargo, las metas a las cuales debieron de conducirse estos pueblos “salvajes” están en París, Londres y, tras el postfranquismo, en Madrid. Lumbreras de la “civilización”, el mea culpa del hispanista latinoamericano consiste en que hemos sido un proyecto fracasado porque jamás fuimos capaces de seguir a Francia, a España, a Inglaterra, ¡y a los Estados Unidos! Es por eso que Carlos Fuentes exclama: ¿Qué ganamos con la independencia?
A toda esta gente –es un decir- le resbala la realidad. Y ésta no es otra que América Latina ha sido parte del sistema capitalista mundial desde el siglo XV. Que ese sistema se estructuraba –y se estructura- en imperios coloniales –y no coloniales, como Alemania, Rusia –luego de 1917-, y, ahora, China e India- y que, en toda América Latina, ha terminado imponiéndose la lógica imperialista.
Pero es demasiado pedirle a los pequeños burgueses de postín, sean éstos libertarianos utópicos –la utopía del Mercado: a decir verdad, los anarcoliberales son asimismo fanáticos del Mercado- adecos o comunistas reconvertidos a la socialdemocracia. Demasiado.
Floreal Castilla.-
30 de agosto de 2007.-