EL ECO DE LOS PASOS sostiene el apoyo crítico a la Revolución Venezolana desde el punto de vista del Comunismo Anarquista.- Colaboraciones a: cntfai@cantv.net
O. Un lector me avisa: hay un artículo de Navarrete que resulta ”la horma de mi zapato”, bueno. Busco y en encuentro: éste, después de certificar que Trotsky no existía, nos dice ahora que existió, aunque como el “primer estalinista”. Vaya por dios, pienso, ¿mira que si varias generaciones hemos estado perdiendo el tiempo en todo lo que fue el siglo XX?
Así lo parece leyendo el dictamen de Navarrete: “Por mucho que a algunos pueda sorprenderle, el problema, tal y como ha sido planteado hasta ahora, se reduce a una burda tautología. La escenificación de una supuesta disputa teórica entre quienes se disputaban el liderazgo tras la muerte de Lenin no resiste un análisis crítico digno de tal nombre. Dada la derrota de la revolución alemana, la “revolución mundial” y el “socialismo en un solo país” no constituían dos opciones entre las que hubiera que elegir, cosa que ambos sabían. El resto fue un vano intento de buscar profundas diferencias políticas donde no había otra cosa que despecho. Tras perder este combate por el poder, a Trotsky empezó a parecerle reprobable todo aquello que él mismo, junto a otros, había construido; y de pronto, otros no podían hacer lo que, años antes, él mismo había hecho…”
Todo este “maledetto embroglio” que había producido ríos de tinta, baños de sangre, controversias en todo el mundo, que había apasionado a legiones de escritores, historiadores, a hombres y mujeres militantes, dividido grupos y partidos desde Vorkuta hasta Ciudad del Cabo, desde el Cabo de Hornos hasta el Alaska, se podía resumir en cuatro líneas…No puedo por menos que descubrirme ante tanta sabiduría, y me permito sugerirle al autor que patente la idea, no sea que nos enrollemos en más discusiones porque lo que sucedió (el ascenso, desarrollo, crisis y caída de la URSS), se explica fácilmente: todo comenzó cuando Trotsky fue el primer estalinista, y lo demás vino por añadidura…
1. Tengo que decir que el debate interno de Corriente Roja me coge un tanto lejos, aunque, desde luego no soy indiferente. Como militante de Revolta, trato de cumplir una faena más bien divulgatoria, concebida como parte complementaria a la faena fundamental del cada día. La faena de impulsar movimientos desde abajo, actividad que trato de cubrir desde la Fundació Andreu Nin, una entidad socialista abierta que vive gracias al activismo.
Dicho esto, recuerdo también que, en mis notas sobre el debate (Trotsky molesta), comenzaba diciendo: “Si se trata de constatar que Trotsky murió hará 70 años, y que desde entonces ha llovido mucho, me parece fuera de cuestión”, algo que, según me parece, no lo suscriben los demás. En otro artículo reciente sobre la cuestión, El “trotskismo” y sus enemigos, pretendía precisar los límites, y las contradicciones del concepto, de hecho aceptaría el reclamo de “un cierto trotskismo”, mientas más abierto y heterodoxo, mejor. Mi respuesta acaba con estas líneas que me parecen respetuosas, y que se expresa así: “Por lo demás, a pesar de la discrepancia, pienso que artículos como el de Manuel M. Navarrete ayudan a sacar estos debates de los círculos cerrados, y ayudan a clarificar posiciones que son parte de una historia que no cesa”. Y es que creo que hay que debatir desde la fraternidad.
También apunta en el primero un par de cosas, primero, que la afirmación del título de Navarrete aparecía en una nueva coyuntura de radiación del legado de Trotsky, comparable a la que tuvo lugar en los primeros años de la II República, o en los años sesenta-setenta. Como viejo zorro, tuve ocasión de apreciar lo que esto significa. En Paris después del mayo del 68, tuve ocasión de apreciar sobre el terreno como el viejo león –sobre cuyo sepulcro se había querido echar siete llaves-, comenzó a ser publicado a principios de los sesenta en editoriales marginales (Marcel Riviére), pero al final de la misma década ya se podía encontrar en librerías la mayor parte de su obra, y parte de ella en editoriales tan reconocidas como Seuil, Gallimard, Anthropos, una de ellas publicó en edición de bolsillo Ma vie, toda una muestra de soberbia según Navarrete, olvidando que Trotsky comenzaba a recibir por entonces la mayor campaña de calumnias que la mandad haya conocido, y no exagero…El propio interés que anima el ajuste de cuentas de Navarrete no deja de resultar un cierto reflejo de esta realidad (creciente).
En otra ocasión trataré con más detalles las diversas apreciaciones que borran los antagonismos políticos existentes detrás del dilema Stalin-Trotsky, tema sobre el que existen estudios de gran valor, por ejemplo, El siglo soviético, de Moshe Lewin, que no es, ni mucho menos, un historiador adscrito como Pierre Broué…Hay que decir que en esto, la proposición de Navarrete no presenta pugna novedad. La tesis de la amalgama, y que también meten a Lenin en el mismo saco, y en no pocos casos a Rosa, a todo el marxismo. Desde la derecha neoliberal a toda la izquierda revolucionaria, amalgama que algunos han llevado hasta Akenaton.
Pero en el caso Lenin=Trotsky=Stalin, hay una amalgama proveniente de la ultraizquierda. Suele ser una línea maestra que recorre toda casi toda la literatura anarquista sobre Kronstadt, y la conclusión fundamental del Voline en La revolución desconocida…Un autor de filiación consejista, que definía al estalinismo como un “fascismo rojo”, escribió un voluminoso ensayo con un título similar al de Navarrete: Trotsky, le Stalin manquée…Pero los ejemplos más abundantes e influyente proviene de la derecha, especialmente de la historiografía neoliberal. Especialmente de lo que se ha llamado “el canon Soljenitsin”, actualmente aceptado por los especialistas y por los medias, y citaba el ejemplo de las diversas reseñas sobre la novela de Leonardo Padura.
Soljenitsin mete en el saco de la revolución todos los rusos muertos violentamente desde la “Gran Guerra”. Otros más refinados (Revel, Furet), establecen otro matiz: evocan a Lenin a la luz de las drásticas medidas de la guerra civil, y sacan a relucir sus notas sin piedad. Con Trotsky lo tienen más fácil: les basta citar ampliamente Terrorismo y comunismo, lo que hace Navarrete echando manos de citas extraídas de la obra de Carr cuando ya está el original, por cierto, el primer libro de Trotsky editado en castellano, y detalles al canto: traducido por Gabriel León Trilla que fue acusado luego de “trotskista”, y que fue uno de los “maquis” que no obedeció las órdenes de Carrillo. Esta parte de la biografía de Trotsky es ampliamente tratada por Deutscher en su segundo tomo, y ha sido muy denostado por ese “cierto trotskismo”. Así, en an acto en la Diversidad de Barcelona en 1977, Ernest Mandel, proclamó que la actuación en Kronstadt fue un grave error. Entre otras cosas, alejó a la CNT de la Internacional Sindical Roja…Navarrete podría haber ampliado su tesis con otro escrito de Trotsky menos conocido, Entre el imperialismo y la revolución, para mayor INRI, escrito en contra las denuncias de la socialdemocracia en defensa de la actuación bolchevique en Georgia, un momento en el que al que algunos historiadores ven el primer acto del estalinismo…
Pero aunque registra concienzudamente este pasaje de Trotsky, Carr lo enfoca como demostración de la desesperación del mando bolchevique ante una situación tremenda ante la cual no caben bromas, so pena que se quieren explicar las ideas en el limbo de las palabras. Era una situación que Moshe Lewin describe como de “caída en el abismo”. Carr establece esta situación para explicar en qué condiciones germinó el estalinismo…Es largo que hay que explicar todas las veces que sean necesaria: Rusia era un país muy atrasado, su clase obrera era un islote en medio del océano campesino, la revolución llegó porque o hubo otra salida –la burguesía liberal fue incapaz de imponer la paz, la otra izquierda no quería romper con la burguesía, el anarquismo era una minoría además muy dividida- para una guerra que estaba desangrando al pueblo…en los primeros años (1917-1919), la revolución no prohibió los partidos, abolió la pena de muerte, instauró la Constitución de 1918, que establecía la democracia de los soviets…
Con la guerra, testa primera fase –la “buena época” de la revolución- desaparece: las infraestructuras quedan reducidas a la mínima expresión, apenas queda clase obrera, las ciudades tienen que requisar los campos para comer, la vanguardia revolucionaria está prácticamente destruida…Carr no habla de Kronstadt, apenas si cita el hecho de pasada. La distribución de su ora está enmarcada con el establecimiento de momentos diferentes, y la dinámica del abismo la explica magistralmente en su breviario…Si busca en Kaos, Navarrete encontrará un trabajo mío sobre su obra, amén de la edición de varios de sus textos, entre ellos una entrevista que pasa por ser su “Testamento”.
No hay un solo momento en que Carr confunda “trotskismo” y “estalinismo”. De hecho, al final de su vida acabó abrazando las concepciones de Deutscher, y “adoptó” a la compañera de éste, Tamara, como su principal colaboradora. Es un lástima que muriera antes de conocer el veredicto de Navarrete, de haberlo conocido habrá abandonado la “tautología” para seguir sus aportes, quizás con tanto entusiasmo y fervor como el que muestra “La compañera Neus Pérez-Vico, a quien debo dar las gracias por su brillante artículo (El Frente Popular de Judea)”, sobre el que habría que decir que se trata de todo un ejercicio de ponderación antropológica Por cierto, la ecuación matemática que engarza la guerra civil rusa con el mayo del 37 me ha dejado sin palabras (y sin argumentos).
2. Dejaremos para otra ocasión el asunto de la definición del estalinismo, punto sobre el que Navarrete aplica su conocido métodos sugerido en la cita frase: “Por mucho que a algunos pueda sorprenderle, el problema, tal y como ha sido planteado hasta ahora, se reduce a una burda tautología”, y sobre como nos ofrece una definición el estalinismo que supera todas las “burdas tautología existentes, y paso al aspecto que más me toca personalmente.
De entrada: cuando digo que Navarrete no cita fuentes, seguramente me explique mal. No quería decir que no cita a nadie. Cita las citas que Carr hace de Trotsky, pero no cita ninguna fuente que refrende sus (novedosas) tesis. Sus deducciones son n exclusiva, y es cierto que también dice cosas sobre Marx, Engels, y Lenin, pero su tesis es que Trotsky fue el primer estalinista y no otra.
Desde este hilo (las fuentes), aprovecharé la ocasión hacer algunas precisiones sobre los comentarios que se hacen sobre mi libro, Conocer a Trotsky y su obra (Ed. Dopesa, Barcelona, 1979), editado en una colección y en una editorial ligada al “Grupo Mundo”, sobre el que asegura sus “ imparciales fuentes son, básicamente, la autobiografía de Trotsky y la biografía realizada por el trotskista Isaac Deutscher”…De esto se deduce lo siguiente: Navarrete solamente ha leído la “bibliografía”…Es verdad que esta resulta, ciertamente escueta. Se atiene al fortmato de la edición, y si mira la colección verá que sus espacios son similares. Las “fuentes” aparecen en los pies de página, más de setenta citas repartidas, citando lecturas muy diversas. El libro sobrepasó el espacio del modelo editorial (es de los más gruesos de la colección), y es verdad que en aquel entonces (1979), mi horizonte era bastante “ortodoxo”. Hoy tengo otra perspectiva. Ahí está Trotsky y los trotskismo, libro “colgado” en la Web de L´Espai Marx, y publicado fragmentariamente en Kaos en la serie El gran negador, con capítulos añadidos), mi punto de mira se ha ampliado con experiencias y lecturas.
Aún así ya entonces tenía clara algunas cosas. Por aquellas fechas me negué a lo que algunos amigos llamaban “la unificación de los trotskistas”, y a uno de ellos le respondí tajantemente que, según en qué, sobre todo en los métodos de debate, me sentía más cercano a los curas de mi barrio (Pubilla Casas, parte de los curas estuvieron en la revolución nicaragüense después), que de los “trotskistas auténticos” como él…
Finalmente, Navarrete asegura que “justifico la represión de Kronstadt”, y para que quede claro he escaneado el apartado (pgs 75-78) en el que se puede leer:
La insurrección de Kronstadt
Existe toda una literatura que condena la experiencia bolchevique en general y a Trotsky en particular, apoyándose en la referencia de esta insurrección, que se estima como representativa de una «tercera revolución» opuesta al «totalitarismo”.
El contexto que rodea lo que Trotsky llamó la «tragedia» de Kronstadt es el siguiente: recién concluida la guerra, coincidieron diversas insurrecciones agrarias en oposición a la política de confiscaciones llevadas a cabo por los bolcheviques para abastecer las ciudades.
En las industrias se sucedieron una serie de huelgas
—las más importantes de ellas en Petrogrado próxima a la flota—, que reclamaban mejores condiciones de trabajo y dentro de las cuales se movía ya una incipiente y difusa oposición antiburocrática que intentaba ser capitalizada por eseristas, mencheviques y anarquistas, según sus respectivos criterios. Los marinos, creyendo que estaban en la víspera de «un segundo Febrero», se hicieron fuertes en la base y allí les plantaron cara a los bolcheviques esperando que, con el deshielo de marzo, la ciudad fuera inexpugnable. El general Tujachevski —con sus tropas y con una hornada de voluntarios del IX Congreso del partido y, en primer lugar, los militantes de la «Oposición Obrera»—, logró, tras unos intensos combates, derrotar a los insurrectos.
La naturaleza de este enfrentamiento no es tan diáfana como se suele afirmar en esa literatura.
1. ° Hay que considerar las necesidades de la revolución en peligro. Las requisas y las condiciones laborales de los obreros no eran producto de la perfidia bolchevique, sino una exigencia por causa de una guerra que ningún otro partido o grupo hubiera podido ganar la guerra, si bien había terminado, lo cierto es que podía ser reanudada si crecían estos movimientos espontáneos contra el gobierno.
2. ° Aunque se pueden hacer —desde la perspectiva actual— amplias críticas al bolchevismo por haber prolongado excesivamente los métodos del «comunismo de guerra», lo indiscutible es que la única alternativa a considerar a su dominación, era pura y simplemente la restauración zarista.
3. ° Hay que tener en cuenta quiénes eran y cómo actuaron los insurrectos. No había un solo militante anarquista en la flota; su adscripción política se repartía entre eseristas de izquierda y de derecha —estos últimos habían trabajado con los blancos—, mientras que los más reconocidos militantes del proceso revolucionario no estaban allí (estaban en otros frentes o habían muerto). Su programa no era un abecedario de consignas ácratas sino que reunía reivindicaciones tanto de izquierda como de derechas. Para Petrichenko, su líder más reputado, lo esencial era restablecer una Asamblea Constituyente contra los bolcheviques.
Los bolcheviques, por su lado, cuando acusaron a la insurrección de estar inspirada por el Centro Nacional Blanco, se basaban en varios motivos. Primero, en lo que se podía leer en su prensa del exilio, que había anunciado los hechos desde semanas antes y ahora apoyaba a los insurrectos incondicionalmente. Segundo, estaban convencidos de que la consigna de «soviets sin partido» no se podía entender más que como una adaptación de la que los blancos blandían; «soviets sin comunistas». Tercero, durante la contienda, el líder de los eseristas de derechas, Tchernov —al que precisamente Trotsky salvó en víspera de la revolución de la horca que le iban a tender los marinos de Kronstadt—, les dio la consigna de no negociar con los bolcheviques; los insurrectos se negaron, por evidentes motivos tácticos, a establecer una alianza con Tchernov, pero aceptaron plenamente la consigna de no negociar.
Cuando concluyó el asedio, Trotsky —que en la propaganda de los insurrectos se le comparaba con un célebre verdugo zarista—, habló así a las tropas: «Esperamos, cuanto nos fue posible, a que nuestros enceguecidos camaradas marinos vieran con sus propios ojos adónde llevaba el amotinamiento. Pero nos amenazaba el peligro de que el hielo se derritiera y nos vimos obligados a llevar a cabo el ataque.» Deutscher comenta que, en las memorias de algunos de los comunistas extranjeros que se encontraban allí, describen a los bolcheviques como «asombrados» y «consternados», sin el menor asomo de condena o desprecio; más bien al contrario: sus alusiones estaban plenas de «reticencias solidarias» con los que Bujarin llamó en el X Congreso del partido «camaradas equivocados».
Contra Trotsky, que no participó directamente en la lucha, se esgrimió este acontecimiento cuando se estaba defendiendo de las acusaciones vertidas durante los «procesos de Moscú». En su defensa escribió: “Yo no sé... si... hubo víctimas inocentes... No puedo ponerme a decidir ahora, tanto tiempo después de ocurridos los hechos, quién debió de haber sido castigado y en qué forma... especialmente porque no tengo los datos en la mano. Estoy dispuesto a admitir que la guerra civil no es una escuela de conducta humanitaria. Los idealistas y los pacifistas siempre han culpado a la revolución por sus «excesos». El meollo del asunto es que los «excesos» se derivan de la naturaleza misma de la revolución, que es en sí misma un «exceso» de la historia. Que quienes así lo deseen, rechacen (en sus mezquinos artículos periodísticos) la revolución por ese motivo. Yo no la rechazo”.5
Notas.
4 La más elaborada entre todas es la de Ida Mett, Kronstadt, le crepuscule sanglant des soviets, ed. Espartakus, París, s/f. Sin embargo, Paul Avrich, en su exhaustivo estudio, Kronstadt 1921, ed. Proyección, Buenos Aires, s/f., escribe, a pesar de su actitud antibolchevique: “En el caso de Kronstadt, el historiador puede permitirse afirmar que sus simpatías están con los rebeldes aunque aceptando que la represión bolchevique estuvo justificada. Reconocerlo es abordar la tragedia de Kronstadt en su totalidad”.
5. Cf. Escritos, t. IX, ed. Pluma, Bogotá, 1977, p. 545.
Anexo:
Este apartado se fundamentó sobre todo en la lectura de la obra de Paul Avrich (reeditada por Utopía Libertaria, Buenos Aires, s/f) quien, tras repasar en su prólogo los paralelismos que se habían hecho entre 1921 y después, advertía: “…no hay que exagerar demasiado tales comparaciones, pues acontecimientos separados por treinta y cinco años y ocurridos en diferentes países con participantes enteramente distintos, no pueden ofrecer más que un parecido superficial. Rusia Soviética no era, en 1921, el Leviatán de décadas recientes. Era un Estado joven e inseguro, que se enfrentaba con una población rebelde en el interior y con implacables enemigos externos que anhelaban ver a los bolcheviques desalojados del poder.
Y, hecho más importante aún, Kronstadt estaba en territorio ruso; lo que los bolcheviques enfrentaban era un amotinamiento en su propia armada, en el punto de vanguardia más estratégico, que vigilaba el acceso desde el exterior a Petrogrado, y temían que Kronstadt pudiera encender la chispa en el territorio continental ruso o transformarse en el trampolín para otra invasión antisoviética. Había pruebas crecientes de que los emigrados rusos estaban tratando de ayudar a la insurrección y de aprovecharla en beneficio propio. No se trata de que las actividades de los Blancos puedan excusar las atrocidades cometidas por los bolcheviques contra los marineros. Pero hacen más comprensible que el gobierno sintiera urgencia por aplastar la revuelta. En unas pocas semanas el hielo del golfo de Finlandia se fundiría, y podrían entonces embarcarse abastecimientos y refuerzos desde el oeste, para convertir la fortaleza en una base que permitiera una nueva intervención. Aparte de los motivos de propagan, Lenin y Trotsky parecen haberse sentido auténticamente preocupados por esta posibilidad.
Lamentablemente, pocos historiadores occidentales han tomado adecuadamente en cuenta estas preocupaciones. Y los autores soviéticos, por su parte, falsearon considerablemente a los hechos al tratar a los rebeldes como incautos o agentes de una conspiración Blanca. Este volumen trata de examinar la rebelión con una perspectiva más auténtica. Para realizarlo, es necesario ubicar a Kronstadt en un contexto más amplio de eventos políticos y sociales, pues la revuelta fue parte de una crisis mayor que caracterizó la transición del Comunismo de Guerra a la Nueva política Económica, crisis que Lenin consideró como la más grave que había enfrentado desde su llegada al poder. Es necesario, además, vincular el levantamiento con la larga tradición de rebelión espontánea que había en Kronstadt misma y en toda Rusia. Esperamos que tal enfoque arroje alguna luz interesante sobre las actitudes y conducta de los insurgentes.
Aparte de esto, hay una cantidad de problemas específicos que requieren cuidadoso análisis. Entre los más importantes están composición social de la flota, el rol desempeñado por el descontento nacional, la cuestión de la participación Blanca y la naturaleza de la ideología rebelde. Por supuesto, hay algunas de estas cuestiones a las que no podrán darse respuestas definitivas hasta que estén accesibles para su examen los archivos soviéticos pertinentes hecho que probablemente no ocurra por algún tiempo. Entretanto, en este volumen tratamos de ofrecer una exposición completa de la rebelión, en la medida en que lo permiten las fuentes disponibles. Hemos utilizado una cantidad de documentos pertinentes de los archivos occidental es, y también de materiales soviéticos publicados que se han descartado a menudo como mera propaganda pero que, si se los utiliza con el debido cuidado, son de auténtico valor porque esclarecen algunos de los problemas más significativos”
Y de momento, corto y cierro...
Pd. Pido disculap por repeitr ilustración, pero no sé como dientres se puede utilizar el nuevo formato de fotos que aparece en el maldito Google, y esta es la única que me queda.